lunes, 12 de marzo de 2018

Vivir es una aventura

Vivir es una aventura

Comenzamos el ciclo con una reflexión a modo de bienvenida y también, por qué no, de anhelo para el 2018.
Cuando Jean-Jacques Rousseau expresó el sentido de la educación en el Emilio, usó una formula excesiva, donde el educador dice de su alumno: "Lo que quiero enseñarle es el oficio de vivir".  De primera nos parece excesiva, porque  solo se puede ayudar a aprender a vivir. 
A vivir se aprende por las propias experiencias, con la ayuda de la familia primero, y después de los educadores, de la comunidad, el entorno, pero también por los libros, la poesía, los encuentros y desencuentros. Vivir es vivir en tanto individuo afrontando los problemas de su vida personal, es vivir en tanto ciudadano de su nación, es vivir también en su pertenencia a lo humano.
El error y la ilusión dependen de la naturaleza misma de nuestro conocimiento, y vivir es afrontar sin cesar el riesgo de error y de ilusión en la elección de una decisión, de una amistad, de un lugar para vivir, de un/a compañero/a, de un oficio, de una terapia, de un candidato en las elecciones.
Vivir es tener necesidad, para actuar, de conocimientos pertinentes que no sean mutilados ni mutilantes.
Vivir nos confronta permanentemente con otro, familiar, íntimo, desconocido, extraño. Y en todos nuestros encuentros y relaciones tenemos necesidad de comprender al otro y de ser comprendidos por el otro.
Vivir es tener necesidad de comprender y de ser comprendidos. Nuestra época de comunicación no es sin embargo un época de comprensiones. Toda nuestra vida nos arriesgamos a la incomprensión de nosotros hacia el otro y del otro hacia nosotros. Hay incomprensión en las familias, entre niños y padres, entre padres y niños, incomprensión en las fábricas o en las oficinas, en las escuelas, incomprensión de los extranjeros, de los que son ignorados.
Parecería que la comprensión humana no se enseña en ninguna parte. Pero el mal de las incomprensiones roe nuestras vidas, determina comportamientos individualistas, rupturas, insultos, ansias, tristezas...
Sería interesante revisar el mandato del preceptor del Emilio de Jean Jacques Rousseau: «enseñar a vivir». Sin dudas no hay recetas de vida ni pociones para el amor. Pero se puede enseñar a vincular los saberes a la vida, las emociones al conocimiento, porque no hay Logos sin Eros. Se puede enseñar a desarrollar una autonomía con dignidad, unida al amor propio y, como diría Descartes, un método para conducir correctamente el espíritu, que permita afrontar personalmente los problemas de vivir, que vaya si cuestan. Podemos enseñarnos, intentar por lo menos, a cada uno y a todos, lo necesario para ayudarnos a sortear las trampas permanentes de la vida.
Bendiciones